5/5 - (1 voto)

El coleccionista de la nada: Cómo tener menos apego. Si algún día me hubiera dicho que iba escribir sobre este tema no me lo hubiera creído jamás. La vida está llena de cambios y sobre todo de cambios de percepción.

En este artículo aprenderás:

  • La putada de ser un dependiente a lo material
  • El placer que pueden aportar las cosas materiales
  • Cómo deshacerse de ciertos enganches relacionados con lo material
  • Darte cuenta que restar puede en realidad sumar mucho

Soy y he sido un gran acumulador de objetos. Cuando me enteré en su momento que existía el síndrome de Diógenes, me ví en parte muy reflejado en el tema. Ojo, las cosas sucias y guarras no me gustan en absoluto, pero el hecho de acumular objetos en cantidades extremas sí. Se llama “coleccionismo”

Existe ahora el fenómeno del Diógenes Digital:

El síndrome de Diógenes es la manifestación de un trastorno de acumulación de objetos “innecesarios” (depende para quién), y sobre todo, acompañado de una incapacidad para deshacerse de ellos.

La versión digital va de la misma onda, solo que todo se acumula de forma digital en los discos duros, servidores etc. Uno acumula datos sin realmente usarlos y tiene un apego enorme por no poder separarse de ellos, porque si no, sufre. (canciones, películas, vídeos juegos, archivos digitales de todo tipo)

En mi caso, me he visto bastante conectado con ambos síndromes aunque, no llegue a ser un guarro lleno de basura en mi casa (menos mal)

El coleccionista de la Nada: El inicio

Desde pequeño, he tenido el gran privilegio de nacer en una familia rica de corazón. Es decir, que me daban mucho amor hasta rebosar. Es fantástico y se lo recomiendo a todo el mundo. Pero también, esta misma familia venía con un legado de “pobreza” en lo material. Es decir, “una memoria” por parte de mis antepasados los cuales habían pasado hambre, guerra y un exilio.

Por inercia, suele ocurrir que cuando uno ha sufrido un trauma en su infancia y se reproduce el mismo patrón, o se invierte más adelante en la edad adulta, con los seres que le rodean.

En mi caso, me educaron principalmente tres personas; mi abuela, con el perfil de la “hormiga ahorradora”, mi abuelo, con el perfil “del papá noel ultra generoso” y mi madre, con el perfil de “la compradora compulsiva”. Cada uno con sus pros y sus contras. Pero al final ganó, más o menos, el abuelo. Su mantra era “te doy todo lo que necesites y mucho más, hasta a veces, quedarme sin nada para mi”

Como mi actitud de pequeño era bastante depresivo y con mucha hiperactividad, me solían dar mucho amor para compensar y regalarme objetos; juguetes, juegos, cosas de todo tipo etc. Intentaban satisfacer mi vacío emocional abismal a cualquier coste. Era la mejor forma que tenían en aquel momento para tapar el sufrimiento de una herida emocional que no paraba de “sangrar” (Lee: Cómo superar el abandono emocional)

Poco a poco descubrí que el hecho de recibir objetos provocaba en mí una sensación placentera (emoción de alegría). Cada vez que recibía un regalo o llegaba a tener un objeto nuevo, sentía como un “disparo” emocional positivo. Pero, esta sensación duraba muy poco. Al rato, volvía a aparecer una insatisfacción crónica permanente.

Avanzando en el tiempo, me di cuenta de que solía acumular todos estos objetos y juguetes, sin deshacerme de las cosas que no utilizaba. Se inició desde una edad temprana mi camino hacia el coleccionismo.

A los 6-7 años coleccionaba las canicas, “les billes”, palabra francesa que representa unas bolitas de cristal de colores con diseños distintos. Se jugaba muchas veces en el recreo donde cada niño ponía una canica en el suelo, mientras, que la otra persona se colocaba a una cierta distancia y luego tiraba su canica para intentar chocar con la otra. En el caso de que una llegase a tocar la otra, la bola era tuya y podías así, mejorar tu colección. Tenía adicción a este juego y sobre todo, al hecho de acumular un montón de canicas diferentes.

Luego se hicieron también famosas las cartas de fútbol y de baloncesto. Se intercambiaban también en el recreo, y el objetivo era completar una revista pegando la carta de cada jugador y de cada equipo en esta misma.

Un pelín más adelante, llegaron las cartas de Dragon Ball Z.  Inspirado del famoso anime Japonés. Eran tarjetas que se coleccionaban y punto. Aparecieron al poco tiempo las cartas “Magic The Gathering”, un gran juego de mesa con cartas coleccionables donde el propósito era coleccionarlas, y así crear mazos para afrontar a otros compañeros.

Más adelante, llegaron fuerte los videojuegos y poco a poco entramos en la era del digital, donde el coleccionismo material pasó a ser digital (por mi parte)

Elementos coleccionables donde he podido dedicar miles de horas:

  • -Las canicas.
  • -Las cartas fútbol pero sobre todo de baloncesto
  • -Tarjetas telefónicas
    -Los Pins 
  • -Los Tazos /Pogs en Francés
  • -Libros
  • -Discos de música
  • -Los Mangas
  • -Los Videojuegos (Cartuchos)
  • -Las Consolas de videojuegos
  • -Las Revistas de videojuegos y luego de guitarra
  • -Las navajas.
  • -DVD de todo tipo
  • -más adelante llegó a la era digital
  • -Canciones
  • -Series
  • -Películas
  • -Documentos diversos
  • -Cursos y formaciones

 etc….

He podido dedicar miles de horas solamente por el simple hecho de acumular, guardar y clasificar objetos. ¿Por qué lo hacía? para llenar un vacío emocional sin fondo.

El coleccionista de la Nada: Coleccionar es Productivo.

He vivido grandes momentos emocionales gracias al coleccionismo. El saber que al día siguiente podía adquirir un nuevo objeto en mi colección, me hacía sentir vivo. Aunque vengo de una familia humilde, me sentía como la perfecta representación de una persona “rica económicamente”. Tal vez, muchos de los que lean esto no habrán podido alcanzar este tipo de placer material. Os comprendo, y por ese mismo motivo escribo este artículo.

Quisiera resaltar el hecho de que coleccionar y acumular objetos me permitió superarme de forma colosal conmigo mismo .

Por haber  sido “dotado” de una gran hiperactividad completamente desaprovechada, dormía muy poco y además muy mal. Tenía una energía permanente y bastante eléctrica acompañada por supuesto de una gran fuente de malestar permanente.

Cerca de mis 11 años me dio por coleccionar tarjetas telefónicas. Ahora casi no existen en los países “modernos” ya que todos tenemos teléfonos móviles, pero en su momento sí que existían.

Cuando uno quería llamar a alguien desde la calle, tenía que meterse en una “Cabina de teléfono” donde se encontraba un teléfono encajado en un soporte de metal vertical. Se necesitaba introducir una tarjeta con un saldo de tiempo. Cada tarjeta poseía un saldo entre 20mn, 50mn y 120 minutos.

Cuando el saldo se acababa la tarjeta no representaba ninguna utilidad (menos para el coleccionista)

Muchas de estas tarjetas venían con ediciones limitadas y con unos diseños bastante bonitos. Para un coleccionista era un punto de enganche muy potente. 

Era la combinación perfecta para un coleccionista en pleno desarrollo.
Un objeto pequeño + unos diseños diversos + ediciones limitadas.

Como en su momento no había mucho dinero en casa, nadie me iba a regalar tarjetas nuevas. Tenía que buscarme la vida. Cada día después de llegar del colegio cogía mi bicicleta e iba literalmente a hacer casi todas las cabinas de teléfono de mi pueblo (era un pueblo de 100000 habitantes)

Una locura si lo pienso ahora mismo. Eran unos 20-40 kilómetros a diario solamente por encontrar trozos de plástico usados.

Al no tener más saldo, la gente solía dejarlas en la misma cabina y/o tirarlas en una papelera cercana. A mi me daba lo mismo meter las manos en las papeleras para rebuscar. Quería encontrar una tarjeta a cualquier coste. Entonces podía obtener una de varias formas.

Cada vez que encontraba una, me sentía realizado, pero al minuto volvía a mi estándar de sufrimiento.

He podido hacer miles de kilómetros, subir cuestas enormes hasta llegar a otros pueblos. Al tener una energía infinita, no me cansaba pero sobre todo, me estaba poniendo bastante fuerte sin darme cuenta. Ojalá hubiera aprovechado este potencial en su momento (Leer: la cárcel de niños). Espero de corazón que si lees esto y te ves identificado, aproveches este aprendizaje.

Estaba sin darme cuenta, desarrollando unos hábitos muy útiles.

  • -Fuerza de voluntad
  • -Deporte
  • -Desarrollar un cuerpo físico fuerte y resistente
  • -Habilidad de organización y estrategias.

El coleccionista de la Nada: La Pérdida

Tenía unos 20 años. Mi habitación estaba petada de objetos de todo tipo. Tenía grandes colecciones de todo lo que me había comprometido a desarrollar y seguía sintiéndome mal.

Muchos de mis amigos venían a casa flipando por la cantidad de juegos y objetos que tenía. Era la casa del ocio. Por más que hubiera acumulado toda esta cantidad de objetos era incapaz de compartir o prestar ningún objeto a otras personas. Tampoco autorizaba a que nadie los tocase (Otro buen trauma de la infancia)

En su momento era incapaz tampoco de sacar los objetos de casa. Era como si tuviese un museo sellado bajo llave y no me autorizaba a sacar cualquier objeto de ahí. No prestaba por supuesto nada a nadie. 

No confiaba en la gente (ni por supuesto en mí mismo) porque creía que los demás no cuidaban las cosas como yo.  Eran mis tesoros y tenía una dependencia tremenda a cualquier objeto que se encontraba ahí dentro. Si algo se rompía o simplemente recibía un golpe, me sentía mal y sufría. Todo era mío y de nadie más.

También tenía la costumbre de dejar ciertos objetos en sus cajas (cajas sin abrir, con su plástico). Solía guardar todos los embalajes y los plásticos de cada cosa. Entonces imagínate, se acumulaban bastante trastos en ese cuarto.

Un día por navidad mi madre decidió regalarme una cámara de fotos compacta. Ella siempre tenía el anhelo de desarrollarse en el mundo de la fotografía pero no lo hizo, entonces decidió regalarme mi primera cámara para ver si me enganchaba al tema. Por supuesto que funcionó, ya que más adelante me dediqué a ello plenamente cómo fotógrafo profesional y monté mi propio  curso de fotografía en sevilla  pero esto será para otro artículo…

Al día siguiente de haber recibido esta famosa cámara compacta, íbamos a esquiar con unos amigos. Era casi la primera vez que esquiaba y también una de las primeras veces que veía la nieve desde tan cerca. 

También fue una de las primeras veces donde decidí sacar uno de mis objetos del museo, en concreto esta cámara. Quería probarla, pero no quería que los demás la usaran.

Seguía con mi malestar de siempre pero a la vez descubría el placer de hacer fotos. No paraba. Era para mi, una nueva forma de acumular cosas (acumulación de imágenes).

Con los esquís puestos y por falta de experiencia me caí de forma bastante penosa en mi primera bajada. Rodé bastante en la nieve, para terminar con el cuerpo bastante dolido. Tenía ya el espíritu del guerrero pacífico; levantarse después de una derrota. Decidí terminar la bajada a cualquier coste. De repente, queriendo sacar una foto de ese momento “gracioso” me di cuenta de que mi cámara había desaparecido. Me entró un tipo de sudor frío, acompañado de un ataque de pánico.

Por primera vez había perdido algo de mi museo.

No supe hacer nada más que llorar (vaya guerrero). Me entró una desesperación profunda, frustración, rabia, pena y sobre todo culpa. Mi madre disponía de pocos ingresos y quería verme feliz. Dedicó una parte de sus ahorros para regalarme esta cámara. En menos de 24 horas había tirado su regalo a la basura.

El coleccionista de la Nada: El Aprendizaje

Descubrí por primera vez la pérdida de algo material. Tenía tantos apegos a todo, que no sabía cómo responder. Consideraba los objetos como compañeros. Estaban siempre conmigo y me daban placer por el hecho de tenerlos y mirarlos. Me encontraba de repente en una fase de sufrimiento post-muerte (duelo). Tantos años protegiendo todo, no prestando nada a nadie. Cuidarlos para que no les pasara nada. Contemplando una y otra vez las colecciones que tenía. Y de repente, por solamente decidir cambiar y sacar algo de casa, lo perdí.

Tomé consciencia en ese momento de que me había engañado a mi mismo toda la vida. Lo material podía desaparecer de un día para otro y lo importante era usarlo y aprovecharlo, pero guardarlo simplemente por tenerlo, no.

Después de este viaje decidí poner todo el dinero que podía haber ahorrado años atrás para comprarme la misma cámara. No quería que mi madre se enterara. Además, este modelo de cámara no era algo que me gustase en particular. Me sentí doblemente mal por gastar toda mi economía para comprarla de nuevo. Pero descubrí algo enorme con esta cámara; que no le tenía apego.

Era la primera vez que utilizaba un objeto de forma completamente libre, sin tener apego. Era una herramienta que me acompañaba a todos lados. Era un gran fan de la fotografía (retratos sobre todo) y no paraba de hacer fotos de todo y a todos.

No tenía apego a la cámara, pero sí, apego a mis fotografías. Comenzaba el nuevo camino hacia la acumulación digital.

Fotografía que sacaba, fotografía que me daba placer guardar y coleccionar.

El coleccionista de la nada: El viaje hacia el Cambio

Cuando tomé la decisión de viajar solo (era viajar o morir por malestar en Francia) me era por supuesto imposible llevar todo los objetos que tenía. Por tanto, mi museo de objetos siguió en Francia, bien cuidado bajo las llaves de la guardiana madre.

Mi primer viaje me llevó a Escocia, donde aprendí que uno podría perfectamente vivir sin sus pertenencias materiales. Vivía en un entorno diferente, con otras personas y me pasaban una serie de experiencias completamente nuevas en mi día a día.

Descubrí que al momento de viajar, cada objeto que uno puede llevar encima pesa, y que, moverse con peso es muy incómodo

Después de varios viajes a diferentes países y convivir con muchas personas distintas, comencé un entrenamiento de forma consciente a prestar, dar y ofrecer todo lo que tenía a mi disposición. Sentía una plena felicidad al momento de compartir y dar lo que poseía a los demás, pero sobre todo, lo que más me gustaba, era observar cómo alguien podía sentirse a través de una experiencia nueva material.

  • Prestaba mis guitarras (más de uno luego se dedicó a la música)
  • Prestaba mis consolas y videojuegos favoritos (grandes momentos de euforia por jugar)
  • Prestaba mi cámara de fotos (más de uno sigue flipando con la fotografía ahora)
  • Prestaba mis mangas (más de uno sigue conectado con el mundo japonés)

Etc….

A través de coleccionar y acumular objetos he podido acompañar el desarrollo de muchas personas de mi alrededor. Me complacía tanto observar cómo una persona podía “iluminarse” al momento de experimentar una nueva forma de disfrutar.

El coleccionista de la nada: El Aprendizaje 1-1 = +1

Avanzando en el tiempo y sobre todo después de varias mudanzas, me dí cuenta de que cada objeto que tenía era un peso más para mí. No importaba el sitio donde me encontrase, que seguía sintiendo todavía la necesidad de comprar y acumular objetos, pero por lo menos, era consciente de mi proceso del “relleno emocional”.

Cuando decidí establecerme en España, volví de nuevo a recaer en el asunto. Tenía “mi museo de objetos” en Francia y quería tener otro tipo de museo en España. Como siempre, estaba contemplando las consecuencias de la falta de madurez por mi parte y sobre todo, el no haber sanado todavía esta vieja herida emocional.

Pero sí que comencé de forma consciente a querer liberarme de lo que ya no usaba y, por supuesto, del gran museo que tenía en Francia.

Aproveché un viaje que hice ahí para dar todo, literalmente. Avisé a amigos y compañeros míos a los que les regalé todo. Hasta recuerdo que uno alquiló un coche más grande para poder llevarse varias colecciones mías.
Comprendí que ya no pertenecía más a Francia y que toda esta experiencia de acumulación de objetos sirvió como bastón para sostener mi gran vacío emocional.

Comencé a disfrutar de deshacerme de casi la totalidad de todo lo que tenía.

Como siempre, mi entorno me decía lo siguiente:

-Estás loco

-Deberías venderlo, en vez de darlo

-Desprecias lo que tienes

-Eres raro

-No te das cuenta de que estás perdiendo todo

-etc….

Nadie me apoyó en el movimiento, pero yo era coherente. Descubrí el placer de sumar algo nuevo en mi vida simplemente dejando algo “mío” marcharse.

Nada es tuyo por más que seas el propietario. Recuerda; te vas a morir y ninguno de nosotros se llevará sus pertenencias. Aprovecha su uso, disfruta de su función pero a partir del momento que dejes de vibrar con ellas, pásalas a otra persona para que siga aportando alegría a otra gente.

La educación sobre el apego de nuestras pertenencias es un gran aprendizaje en los países ricos y concretamente, para las personas que se puedan permitir el lujo de obtener estos objetos.

Aprendí que la noción de restar podía también significar sumar. Llena ese vacío emocional con la experiencia de ofrecer y compartir tu don al mundo. Somos “puro arte” por el simple hecho de existir. Todas las pertenencias que nos acompañan en la vida son herramientas para expresar y a veces facilitarnos el viaje. Disfruta, agradece y comparte.

Ejercicio sobre el Desapego Emocional y Material

Primero decirte que un día de estos, te irás de este plano. Si no te liberas de tus pertenencias antes, otros lo harán por ti. No te pido que llegues a ese nivel, pero si que observes tu comportamiento frente a tus pertenencias. 

Escoge cualquier objeto que esté a tu alcance y siente si realmente te aporta una emoción positiva. En caso afirmativo, quédatelo. Y en el caso de que no, piensa en deshacerte de él (lo vendes, lo das y/o lo cambias)

Si te rodeas de cosas que “realmente te hacen feliz” te sentirás mucho mejor. Pero también te puedes sentir aún mejor cuando te separas de lo que realmente no disfrutas. Lo he experimentado ya por miles de objetos míos y sigo aplicando este concepto en casi todo en la vida; sumar restando.

Para mí, el que es más feliz teniendo menos, posee una gran sabiduría y gratitud hacia la vida.